18 abril 2011


Le ve

Amigo Maupassant:
Permíteme que te escriba una carta sabiendo que ésta, no va a tener correspondencia (y puede que sean así las mejores epístolas… como las que se arrojan al mar con furia). Te pido además, que tu espíritu sosegado ya, no se envilezca ahora que he desenterrado tu mayor miedo. Algo así como estar mirando ya al cielo y ahuecarte, todavía más si fuera posible, las cuencas vacías de los ojos, por el mal recuerdo del texto que dejaste un día colocado ahí para nosotros.
Lleva unas noches bastantes malas (alguna, no obstante, es espléndida y amanece tal y como se queda dormido), y has de saber, que sospecho que puede llegar a ser un enemigo común… tan tuyo, tan de él, tan nuestro. Hablo de el Horla, que así, sabiamente, lo hiciste nombrar.
Caray, qué se ser tan superior. A veces lo nota ya presente en su habitación con una respiración inhumana, propia del mundo de las sombras y luego juega con su víctima mezclándose con otros ronquidos de otra gente allegada que colinda... eso es poco lindo ¿no crees? Es entonces cuando el hijo no siente ningún miedo (miento) y acude en su búsqueda. Abre la nevera, mira el agua, va a otros compartimentos y lo intenta hallar dentro de los sacapuntas… aunque seamos los humanos los despojos de una madera carcomida en suma medida, por las ventanas; no vaya a ser que traspase la materia a su antojo. Ni ascienda como un anzuelo por las oquedades de una vulgar nariz (y defino vulgar a algo por donde penetra la vida a vaivenes). Pero sé que trama aprender de nosotros, tal y como un hombre puede aprender del comportamiento de un gato, o peor si cabe, de una cucaracha. Porque ello es tan omnipresente... Tal vez él sea el único ser humano dentro de todo este juego.
Sin ir más allá, sé que es quien le desata los cordones varias veces seguidas, en un lapso corto de tiempo, mientras camina aquel deportista sonriente por la calle, sin saber lo que le ha venido encima o quien le ha roto la correa del reloj por semejante sitio demasiadas veces a la misma persona.
Aun con todas, ni mi hijo ni yo hemos llegado a tus extremos de colocarle un vaso de leche para ver si se lo bebe o no, pero sí que él ha dormido con pañuelos al cuello y a la mañana siguiente han aparecido hechos un montículo sobre la cama. No le gustan los adornos, nos quiere tal cual: primitivos, arcaicos, maleables, débiles. Ni lucha, ni se le puede vencer, pero ahí está mirando su escena, porque un ser milenario es casi lo único que está en disposición de hacer. Creo que es el destino que cobra, en contadas ocasiones, una especie de visibilidad y acecho. No hay que temerlo. Sólo intentando contemplarlo ya es posible sacar algo positivo y aprender del Horla… si se deja ver, por supuesto.
Si hubiera una guerra mundial nuclear y se devastara lo existente ello seguiría expectante; acompañándonos por el simple hecho de mostrar cúal es nuestro techo... ergo su suelo.

Daniel Atienza

No hay comentarios: